miércoles, 18 de abril de 2007

Cho Seung-bang!

Luego de una larga reflexión, creo entender el atentado Cho Seung-hui contra sus compañeros y maestros. Y es que mi etapa universitaria no fue de mis mejores épocas. Inmerso en un mundo que en apariencia era la entrada a uno mejor, la insatisfacción y el hastío llenaban a cada día aburrida alma de estudiante inadaptado. Había mucha ira acumulada en mi entonces joven e inmadura mente (ahora ya no es joven pero sigue siendo inmadura), canalizarla escribiendo textos sobre serial killers y relaciones enfermizas era una de las mejores formas de sobrellevar esa pesadumbre. Dibujar escenas dantescas, trabajar la estética de lo grotesco y desvirtuar todo aquello que la mayoría idolatra, me ayudó a entender el relativismo cultural.
Parece que el joven coreano sufría algo parecido, la única diferencia es que la sociedad en la que el se desenvolvía es menos incluyente que la mía. A diferencia de EU, México es un país en donde los fresas bailan banda, los rancheros escuchan rock y lo rockeros bailan güaracha. Aún a pesar de mi falta de identidad, logré hallar un grupo social en el que era aceptado con todo y mis contrastes. Nunca he agradecido algo a mi país, de hecho soy un maldito apátrida, pero definitivamente gracias a él, yo no me convertí en un asesino. Pues ahora que lo pienso, los universitarios no son un grupo social que admire, de hecho la vida académica me parece excluyente, el conocimiento mismo me resulta a veces una nueva forma de discriminación. Siempre he criticado a los universitarios (incluyéndome a mi en esta crítica) por no hacer nada realmente útil a la sociedad. La mayoría de las tesis no tiene un sentido social, son un cúmulo de conocimientos que carecen de aplicación práctica y cuya divulgación resulta complicada, ya que el código que se requiere para descifrar el sentido de la misma, es sólo para aquellos que tiene una formación similar. De nada sirve el conocimiento si no se comparte, ahora, en la visión de nuestro nuevo gobierno, el conocimiento es un producto muy rentable que debe ser vendido a precio muy alto, que no les sorprenda cuando "Jonh Smith Pérez" tome un arma automática y haga fuego sobre sus compañeros de una escuela privada de gran alcurnia.

domingo, 15 de abril de 2007

Yo lo llamaría: "una sensible particularidad humana"

Mientras veía la película de Carandiru, logré percibir algo que jamás había sentido, que toda acción del ser humano está relacionada de una u otra forma con el amor.
Sin amor no hay odio, sin odio no hay violencia, sin violencia no hay crimen, sin crimen no hay humanidad.
En todas las religiones se habla de amor, en cada leyenda que se cuenta hay algo que refiere al amor. Crecemos (o se supone), rodeados por amor, debemos aprender a amar a los nuestros, a los otros y a nosotros mismos. Si en algún momento nos sentimos insatisfechos por ese amor, somos capaces de arrebatarlo, de forzarlo, de mentirlo, de cambiarlo o de hacer cualquier otra cosa por conseguirlo, por saciarlo.
Es una fuerza que mueve el pensamiento humano, las artes, las ciencias y las religiones, moneda intangible en una estructura económica inperceptible que domina los mercados de la existencia humana. Sentimiento indefinido que conglomera muchos otros, caldero en donde la pasión se forja.
El amor es el signo de la humanidad, el humo que nos indica que hay un ser que arde dentro de cada uno.
No soy un hombre religioso, nunca lo he sido, no creo demasiado en el “amor” pero por un momento, mientras todo esto se me revelaba llegué a pensar que todo se regía por el amor y saben, no logré contener el llanto.